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Cuando el encierro habla: teatro, dignidad y reinserción

¿Qué ocurre cuando un espacio diseñado para castigar se convierte, aunque sea por un instante, en un lugar para la palabra, el juego y la escucha?

¿Qué ocurre cuando un espacio diseñado para castigar se convierte, aunque sea por un instante, en un lugar para la palabra, el juego y la escucha? ¿Puede el teatro abrir una grieta en el encierro y devolver humanidad ahí donde el sistema solo administra cuerpos y culpas? ¿Qué pasaría si, en lugar de mirar la prisión solo como castigo, nos atreviéramos a pensarla como un territorio posible de conciencia y transformación?

Michel Foucault advertía que la cárcel moderna no solo priva de la libertad, sino que produce sujetos a través de la vigilancia permanente. En Vigilar y castigar señala que la prisión no castiga únicamente el delito, sino que administra cuerpos, y que el encierro termina por convertirse en una tecnología del castigo más que en un espacio de transformación. Bajo esta lógica, la cárcel deja de ser solo un lugar de reclusión para convertirse en un sistema que observa, clasifica y normaliza.

Pensaba en ello mientras, desde el mes de agosto, pude llevar a cabo un proyecto de teatro penitenciario invitado por la Asociación Civil Perteneces y, en particular, por el licenciado José Mario de la Garza Marroquín, en el Centro de Reinserción Social La Pila, dependiente de la Secretaría de Seguridad Pública y Protección Ciudadana del Estado de San Luis Potosí.

Este proceso derivó del proyecto ReinsertARTE, una propuesta de Experiencias Escénicas para el Desarrollo Humano que parte de una premisa clara: el arte como herramienta de transformación personal y social. ReinsertARTE busca generar espacios seguros donde las personas privadas de su libertad puedan reconstruir su identidad, fortalecer su gestión emocional, resignificar su historia y ensayar —literal y simbólicamente— otras posibilidades de vida. El teatro, en este contexto, no aparece como espectáculo, sino como proceso.

En este acompañamiento fue también fundamental el trabajo cercano, constante y profundamente humano del equipo de profesionales de la asociación civil Perteneces,, encabezado por el licenciado José Mario De la Garxa, quienes estuvieron presentes durante todo el desarrollo del proyecto, brindando contención, seguimiento y una mirada integral que permitió que el proceso escénico dialogara de manera ética y responsable con los procesos personales de las personas participantes. Este tipo de acompañamientos interdisciplinares son los que hacen posible que los proyectos artísticos en contextos de encierro se sostengan con sentido y profundidad.

La propuesta fue clara y compleja a la vez: hacer teatro con hombres, personas privadas de su libertad. No teatro para ellos, sino con ellos.

Durante 18 sesiones, cada miércoles, con jornadas de entre dos y tres horas, el trabajo se centró en la escucha, en la exploración emocional y en la construcción de confianza. A partir del juego, de dinámicas grupales, improvisaciones y ejercicios escénicos, se fue abriendo un espacio donde las historias personales —las que se quisieron contar— encontraron una forma de decirse. Hablar de ausencias, miedos, culpas, frustraciones y también de deseos y proyectos posibles. Todo ello encaminado hacia un ejercicio escénico colectivo, con dramaturgia construida desde las propias experiencias de quienes participaron.

Foucault escribió que el encierro pretende corregir, pero con frecuencia solo profundiza la fractura. En contraste, lo que apareció en este proceso fue la posibilidad de interrumpir, aunque fuera momentáneamente, la lógica punitiva, para abrir un territorio de reflexión, conciencia y humanidad compartida.

Escuché historias de personas que llevaban apenas meses privadas de su libertad y de otras que acumulaban años. Muchos hablaban de una sensación de injusticia, de haber llegado ahí por circunstancias que —en sus propias palabras— le podrían pasar a cualquiera. Casos que rozan lo absurdo: portar un cigarro con droga, una acusación de asalto en un centro comercial. De pronto, verse obligados a habitar una realidad marcada por violencias cotidianas para las que nadie está verdaderamente preparado.

En este proceso fue fundamental el equipo de trabajo del Centro de Reinserción Social, encabezado por el Lic. Juan Carlos Portillo Fuentes, Director del Centro de Reinserción Social de San Luis Potosí, así como el trabajo comprometido de la Lic. Cynthia Elizabeth García Preciado, encargada de la Subdirección Técnica, y del Lic. Jorge Antonio Rodríguez Alonso, encargado del Departamento de Pedagogía. Un equipo integrado por personal de servicio social, custodios y también personas privadas de su libertad que colaboran activamente en proyectos culturales, deportivos y educativos, y que mantuvieron siempre apertura y disposición para que este proyecto pudiera desarrollarse en diálogo con las áreas pedagógicas y de acompañamiento humano.

Las personas que participaron en el taller hablaban con gratitud de estas rutinas: actividades constantes, acceso a la biblioteca, proyectos culturales que permiten que no todo sea dolor, espera o conciencia permanente del encierro. Espacios donde la incertidumbre se suspende, aunque sea por un momento.

El proyecto culminó con un ejercicio escénico honesto, fuerte y profundamente introspectivo, presentado ante un público sensible y empático. Un ejercicio que movilizó emocionalmente tanto a quienes lo presenciaron como a quienes lo ejecutaron. Ahí, el teatro volvió a confirmar su potencia: ser espejo, ser herramienta de conciencia, ser posibilidad de transformación.

Posteriormente, surgió una solicitud inesperada: montar una pastorela. Un proyecto realizado de manera acelerada y en condiciones complejas, nuevamente con personas privadas de su libertad. En apenas una semana, con entusiasmo, entrega y una enorme voluntad, lograron presentarla en diciembre como cierre de este proceso.

Fue un ejercicio distinto, pero igual de significativo: sanación, encuentro y divertimento. Invitar a las familias, reírse, mezclar experiencias personales con la tradición de la pastorela mexicana, jugar con el humor y la memoria colectiva. Reírse también es resistir.

Este tipo de proyectos son indispensables para la sociedad. Los procesos artísticos para personas privadas de su libertad no son un lujo ni un gesto simbólico: son una necesidad. El arte no sustituye a la justicia, pero sí humaniza los procesos, fortalece la inteligencia emocional, abre espacios de diálogo y ofrece herramientas reales para una reinserción más consciente y sostenible.

La participación de la sociedad civil, en diálogo con las instituciones, demuestra que otras formas de reinserción son posibles. Al mismo tiempo, es indispensable que como ciudadanía nos mantengamos críticos, reflexivos y exigentes frente a las acciones de las autoridades. El cambio no puede recaer solo en las instituciones: requiere participación social activa y corresponsable.

Aprovecho esta última participación de 2025,  para agradecer a las y los lectores que se han acercado a esta columna, que recién iniciada tuve la grata la fortuna de recibir en octubre pasado el 2.º lugar del Premio al Trabajo Periodístico Dancístico Dr. Luis Bruno Ruiz, otorgado en el marco del 45.º Festival Internacional de Danza Lila López 2025, así como las muestras de afecto y felicitación recibidas por el Premio Estatal de Dramaturgia Manuel José Othón que me fue otorgado dentro de la 74.ª edición del Certamen 20 de Noviembre 2025. Estos reconocimientos son, sobre todo, un estímulo para seguir reflexionando desde el arte y la escena sobre nuestra realidad social.

Deseo que estas fechas nos permitan detenernos, pensar y actuar. Feliz Navidad y Próspero Año Nuevo, que el arte, la cultura, la conciencia y la participación social activa sigan siendo motores de cambio, y que no dejemos toda la responsabilidad en las autoridades, a quienes debemos observar siempre con mirada crítica, reflexiva y exigente frente a sus acciones y omisiones. En ese mismo sentido, agradezco profundamente a Central San Luis por el espacio que nos ha brindado a través de esta columna, siendo —afortunadamente— uno de los pocos espacios críticos que aún subsisten en la capital potosina, donde la reflexión cultural y social puede seguir encontrando voz.

Reciban mis mejores deseos para un próspero 2026

Hasta el próximo martes 13 de enero.

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