El grupo político de Ricardo Gallardo Juárez, encabezado por su hijo Ricardo Gallardo Cardona, ha heredado, además de su nombre, una estructura disciplinada en Soledad de Graciano Sánchez. Con ello, han logrado el capital político que les ha permitido gobernar municipios, diputaciones y, actualmente, el estado de San Luis Potosí, además de dos senadurías de la República.
Pero pocos en las estructuras alcanzan a colocarse en puestos de poder, aunque cada proceso electoral son utilizados como carne de cañón y posteriormente desechados, su incentivo, ser parte de la gallardía, se reduce a engrosar las filas de la militancia del Partido Verde Ecologista de México.
La gallardía se ha comportado como un cacicazgo familiar contaminado por la corrupción, que, desde sus inicios y los primeros años del sexenio de Gallardo Cardona, habría reconocido a sus bases, abriendo espacios para las estructuras en las distintas administraciones que han gobernado él y su padre. No obstante, recientemente, desde la matriz de su franquicia, el PVEM se ha ido infiltrando en el gabinete estatal un grupo proveniente principalmente del Estado de México, lo que ha calado hondo entre los miembros fundadores del movimiento.
Los integrantes de esta nueva «legión extranjera» (cada sexenio tiene la suya) llegan soberbios, se consideran eficientes y proactivos. Sin embargo, el ego puede ser un mal compañero cuando se vuelve desmedido, manifestándose en conductas que perjudican a las bases.
Los miembros de estas últimas observan con decepción que apenas entrada la segunda mitad del sexenio y la gallardia ya tienen listo los perfiles que ocuparán las candidaturas más importantes, se rompe así de tajo su aspiración natural de ser recompensados bajo los preceptos de la cultura del esfuerzo.
Las dinastías políticas implican nepotismo tácito, en el sentido del uso o abuso de ventajas y privilegios, como el acceso a mayores posibilidades de quedarse con los premios electorales. La mayoría de sus diputados, senadores y altos miembros del gabinete son cuadros procedentes del gallardismo: familiares, amigos personales y antiguos empleados de los Gallardo.
El gobernador estaba obligado a pagar la franquicia, por un lado, a la legión extranjera, a quienes probablemente deseche con el tiempo, como ya ha sucedido; pero también busca sumar adeptos para fortalecer el partido, tener votos para ofrecer en las contiendas presidenciales, tal como ha funcionado el PVEM desde su fundación por otro cacicazgo político: la familia González Torres.
Para lo último, primero seduce de forma política, ofrecen candidaturas y capital político; prometen arreglos económicos, recursos y obras para los alcaldes. Si esto no funciona, se recurre a las amenazas. Es fácil, entonces, sumarse al Partido Verde, pero muy difícil ser gallardista. No es fácil entrar al clan de la pala.
Entre los gallardistas y, por ende, intocables, se encuentran a Juan Manuel Navarro, alcalde de Soledad. Cuando fungió como diputado federal, pasó más tiempo supervisando las obras públicas que en la Cámara de Diputados, usando como subordinada a Leticia Vargas Tinajero, para ejecutarlas. Otro caso es el de Juan Carlos Torres, tío de Ruth González y titular de la SEGE, desde donde pone a disposición del gallardismo no solo recursos financieros y la infraestructura, también alumnos para rellenar eventos y empleados para afiliar al PVEM.
Entre aquellos que aspiraban a ser verdaderos gallardistas, pero que ya han sido relegados, se encuentran los otrora poderosos Luis Antonio Zamudio, presidente del Patronato de la Fenapo; y uno de los titulares de la «secretaría más importante» para Gallardo Cardona, Omar Valadez Macías. Aunque ambos han acompañado el movimiento durante años, el primero es incluso su compadre, compañero de gustos charros, incluso sus hijas forman parte de la escuadra de escaramuzas del clan Gallardo.
A los dos los hicieron firmar de todo, dispersaron efectivo con fines electorales y se comprometieron con proveedores. Sin embargo, después los fueron dejando de lado, y al segundo, el mandatario no lo recibía en semanas. Finalmente, los corrieron.
La gallardía es un movimiento con firme tradición de vínculos familiares y amistades de larga data, los beneficios no siempre llegan a las bases y no dudan en sacrificarlas. Es de todos conocido, pero así siempre ha funcionado el PVEM, la línea entre los lazos de parentesco y el nepotismo es muy delgada.
Y justamente en ese sacrificio podría venir su fin, sus bases dudan de las promesas; quienes se suman con amenazas, reconocen su desgracia; y quienes llegan de fuera, saben que en el siguiente sexenio podrían saltar a la siguiente franquicia de su partido, tal como funciona una empresa.