El deporte nacional por excelencia parece haber perdido el sombrero y la vergüenza. Tras el anuncio de que el Congreso y Campeonato Nacional Charro volverá a celebrarse en San Luis Potosí, la indignación en redes fue inmediata: charros, aficionados y hasta escaramuzas señalaron lo que ya todos sospechaban —que la Federación Mexicana de Charrería (FMCH) cambió la historia, la tradición y la palabra, por conveniencia y dinero.
Los comentarios son un retrato feroz de una afición que ya no se traga el discurso del “orgullo nacional”. Las críticas apuntan directo al gobernador Ricardo Gallardo Cardona, a quien acusan de convertir la charrería en su espectáculo personal. “El único millonario es Gallardo y ese compra en Dubái”, ironizó una usuaria. Otros fueron más tajantes: “¿Cuánto les dieron en efectivo o en especie? ¡Puras lacras!”.

La FMCH tampoco se salva. A su presidente, Salvador Barajas, le reprochan haberse convertido en un simple operador político del mandatario potosino. Los usuarios lo resumen con precisión quirúrgica: “Federación del Bienestar”, “nido de ratas”, “títeres del poder”. La molestia no es solo por la sede repetida, sino por la sensación de que el campeonato nacional ya no premia el talento, sino la chequera.
Mientras tanto, torneos como Excelencia Charra o Charros de Acero crecen en prestigio y credibilidad, mientras el Congreso Nacional —que alguna vez fue la joya del calendario— se hunde entre sospechas y convenios. La charrería, dicen los propios charros, se está privatizando al ritmo del compadrazgo y los contratos.
Y aunque la Federación insista en vender patriotismo, el sentir popular suena más a despedida que a celebración. Porque si algo quedó claro entre los cientos de comentarios, es que en la nueva charrería ya no gana el mejor: gana el que paga mejor.


