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La obsesión que raya en el autoritarismo

La administración de Gallardo no sólo carece de autocrítica, también muestra una peligrosa tendencia a gobernar con rabietas y amenazas.

Hay una obsesión que ya no sorprende, pero sí preocupa: la del gobernador Ricardo Gallardo Cardona por querer controlar, ordenar y dictar cómo deben hacerse las cosas en el municipio de San Luis Potosí.

Su insistencia en entrometerse en decisiones que competen exclusivamente a la autoridad municipal no sólo es improcedente, sino ilegal. El Artículo 115 constitucional es claro: los municipios son autónomos. Pero Gallardo, como si tuviera corona, se empeña en mandar en una demarcación que no gobierna, donde lo que realmente le molesta es que las cosas se hagan con política, planeación y profesionalismo, no al capricho como lo tiene acostumbrado en Soledad, que más que un municipio, parece su caja chica.

El incidente ocurrido el pasado fin de semana en un centro nocturno al poniente de la capital, donde se registraron disparos de arma de fuego, ha servido como pretexto para que el mandatario estatal vuelva a lanzar dardos y amenazas. En lugar de asumir su responsabilidad en materia de seguridad, prefiere señalar a las autoridades municipales y exigirles clausuras, como si los balazos fueran culpa de una licencia de funcionamiento.

Lo verdaderamente alarmante es que los hechos ocurrieron afuera del establecimiento, donde su responsabilidad como jefe del Ejecutivo y encargado de la seguridad pública estatal debería estar más que activa.

Lo que debería ocupar al gobernador no es si el antro “Sala Despecho” tiene permiso o no, sino por qué hay armas circulando libremente en las calles, y por qué hechos similares se repiten no sólo en la capital, sino en municipios del interior del estado —incluido Soledad—, en donde las agresiones en centros nocturnos han comenzado a parecerse peligrosamente al escenario violento que vivió Guanajuato, donde los ataques a bares dejaron decenas de víctimas inocentes.

Antes de dar órdenes que no le competen, debería hacer su trabajo, fortalecer la seguridad estatal y dejar de disfrazar su autoritarismo con discursos de “preocupación por la gente”.

La administración de Gallardo no sólo carece de autocrítica, también muestra una peligrosa tendencia a gobernar con rabietas y amenazas. La capital potosina no necesita un dictador de bolsillo que confunda liderazgo con imposición, necesita respeto a su autonomía, coordinación institucional y, sobre todo, que cada nivel de gobierno asuma su responsabilidad sin buscar culpables políticos. Si de verdad quiere ayudar, que garantice que no se dispare una sola bala más en territorio potosino. Eso sí le toca.

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