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No fue personal, fue político: la censura machista que me sacó del periodismo

Un texto de Ruth Salazar Oliva

Una semana antes de que me cambiaran de fuente, le conté a Jaime Hernández, mi jefe en Pulso Online, una parte muy personal de mi vida, por más penoso que fuera hacerlo. Que no había terminado muy bien una relación “sentimental” y, por ello, temía que eso pudiera afectar mi entorno profesional, porque el personaje era parte de Comunicación Social de Gobierno del Estado.

Mi jefe me respondió: “No quiero cambiarte de fuente” —en ese entonces cubría Gobierno del Estado—, pero me dijo que, si yo lo pedía, lo haría. Le respondí que precisamente por eso le contaba algo tan íntimo: para evitar que me cambiaran de fuente, porque era lo que menos deseaba.

Sin embargo, cuatro días después, un domingo por la tarde, me avisaron del cambio. Sin obtener una respuesta razonable al cuestionarlo a mis jefes inmediatos, salí al jardín del conjunto departamental donde vivo, grité de coraje, lloré y volví a gritar. Una adorable amiga me acompañó al teléfono.

Así pasé unas seis semanas en Pulso, enojada, cubriendo la fuente de Congreso del Estado y partidos políticos, descubrí que el Partido Verde Ecologista de México (PVEM) compró un edificio viejo por una cantidad millonaria; e hice enojar (otra vez) al secretario general de Gobierno, J, Guadalupe Torres por cuestionar sí José Luis Fernández, buscaría la alcaldía de inminente municipio de Villa de Pozos.

Supe que estaba enojado Torres Sánchez, porque como en mis tiempos de portadas cubriendo la fuente de Gobierno del Estado, me marcaban o escribían los voceros, enojados antes de las 7:00 horas, lo bueno que siempre he sido muy amable y le conteste una llamada casi a gritos tanto a Eloy Franklin, como a Jacobo Vázquez, ambos me decían que Lupe estaba furioso.

Fue justo cuando se produjo un cambio de directiva en Pulso con la llegada de Daniel Ortiz como jefe de información. Él se presentó como el periodista que “medio San Luis esperaba”, y quien lo cuestione, según él, lo hace por envidia. Cuando este sujeto llegó al medio, renuncié.

Tenía algunas ofertas de trabajo, pero quiero relatar una en particular: la jefatura de información en El Heraldo de San Luis. Me entregaron una computadora, autorizaron mi huella digital para el acceso a la redacción y, lo más importante, su director, Alejandro Villasana, me dijo estar muy contento de que hubiera dejado Pulso para unirme a ellos, en dos juntas editoriales.

Solicité mi alta en el chat de prensa del Gobierno del Estado. Me agregaron, pero enseguida me advirtieron: “Mañana te bajan”. Así fue. De la manera más grosera, Sebastián Villasana, hijo de Alejandro, me dijo que la próxima semana me buscarían. Otra vez salí de ahí llorando, esta vez en la Plaza del Carmen. Otra amiga me escuchaba mientras yo me sentía en un mar de desesperación.

Nunca me quedé sin trabajo. En Región Valles encontré espacio como editorialista y reportera. También, en la Universidad Autónoma de San Luis Potosí, me dieron una licencia de seis meses en sustitución de Adriana Zavala —hoy editora de Qué Tal, del Grupo Plano Informativo—. No era una plaza, pero aun así alguien pidió toda mi información y, por una discusión en un chat de prensa, “intervinieron” muros del Edificio Central. Al día siguiente, ante la presión de la activista Ana Dora, presenté mi renuncia.

Esta vez no lloré tanto. Me dediqué a cuestionar a todas las páginas gallardistas que publicaron una nota asegurando que yo, como “funcionaria” de la UASLP —sin cargo ni autoridad—, habría humillado a una periodista.

Mientras seguía en Región Valles, le enviaron a mi jefa —desde un número privado— una respuesta de transparencia donde supuestamente yo no había renunciado a la UASLP, meses después. Aunque devolví el dinero en efectivo y firmé una carta al respecto, Hacienda incluso me cobró impuestos. Terminé perjudicada económicamente, y en alerta de la vigilancia, no olviden este número “anónimo”.

Aunque mi jefe en Región Valles creía pagarme muy bien y nunca me pidió exclusividad, se enfureció cuando acepté colaborar con Chucho Ramírez en Emisor. Me llamó una tarde-noche para reclamarme: “Yo te defendí”. Al preguntarle de qué me defendió, dijo que del personal del Gobierno del Estado que no quería que me contrataran. Entonces, “defenderme” fue permitir que trabajará con él.

Evidentemente, renuncié. Días después supe que varios medios querían contratarme, pero desde Comunicación Social del Gobierno del Estado me habían vetado.

En una segunda parte contaré qué fue lo que pasó: qué relación personal y qué decisiones me llevaron a ser vetada. Dónde están ahora esos personajes, qué otras acciones de acoso han ejercido en mi contra y cómo espero denunciarlos ante instancias superiores… por simplemente estar presente en un evento.

Además, confirmé lo que ya sospechaba: fui blanco de burlas en un chat. Le decían a “Cerati” que “ya me cogiera” para que yo estuviera tranquila, porque eso era lo que necesitaba por haber publicado una nota en contra de su jefe, el gobernador Ricardo Gallardo Cardona.

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