En San Luis Potosí, la afirmación de que “no hay apoyo a la cultura” no sólo es cierta, es casi una consigna institucional. Ricardo Gallardo Cardona destina cantidades millonarias para contratar artistas de banda, corridos tumbados y propuestas sin mayor renombre para actuar en ferias y palenques. Mientras tanto, a la Orquesta Sinfónica del Estado —considerada formalmente como parte del gobierno— se le niegan recursos, e incluso sus derechos laborales más básicos son ignorados.
La cultura oficial parece resumirse en espectáculos masivos que aplauden lo efímero, lo fácil y lo taquillero, mientras la verdadera riqueza artística del estado es relegada al olvido administrativo.
El actual secretario de Cultura, Mario García Valdez, representante ejemplar de la llamada “herencia maldita”, se excusa en la falta de presupuesto y en la supuesta priorización de otros sectores (que jamás especifica) para justificar el abandono. Su gestión revela una absoluta incapacidad para diseñar, promover y defender programas culturales significativos.
La música es parte esencial de nuestra identidad. Nos define, nos expresa y muchas veces habla por nosotros cuando las palabras no bastan. Pero en San Luis Potosí, el gobernador parece no haberlo entendido. La ignorancia cultural que emana del ejecutivo estatal —y que alcanza también a su cónyuge Ruth González Silva— se ha vuelto una constante. Hace apenas unos días, Gallardo Cardona protagonizó un momento vergonzoso a nivel internacional al declarar que el fantasma de la emperatriz Carlota se le apareció desnuda en Palacio de Gobierno.
El problema no fue la visión espectral, sino la desnudez total del criterio. Lo que apareció fue la silueta de una musa imaginaria, tal vez una sexoservidora, según los rumores locales, evocada más por la fantasía provinciana que por la historia. Lo que realmente se desnuda aquí es la política cultural: una trama digna de Ibargüengoitia, tejida con las hebras del absurdo y condimentada con el peyote potosino.
Es urgente que el Congreso del Estado aumente de forma progresiva el presupuesto destinado a la Secretaría de Cultura, como lo mandatan compromisos internacionales que México ha suscrito. El presupuesto proyectado para 2025 perpetúa la austeridad cultural y amenaza con aniquilar cualquier intento de garantizar el derecho a la cultura.
Desde el inicio de este gobierno, los recursos destinados a la cultura han sido redirigidos a megaproyectos como la Arena Potosí, dejando de lado la promoción de la diversidad artística.
Y resulta insultante este abandono en un estado que ha dado tanto al arte y a la cultura: San Luis Potosí es cuna de grandes compositores, escritores, músicos, cineastas y artistas de proyección internacional. De Julián Carrillo a Sax (Eulalio Cervantes), pasando por Los Acosta, Grupo Brindis, Vagón Chicano, Los Grey de Cedral, y por supuesto Francisco González Bocanegra, autor de la letra del Himno Nacional.
A pesar de este potencial, el gobierno de Gallardo Cardona parece empeñado en sofocar ese brillo. El caso de Monserrat Sierra, violinista de altísimo nivel que no ha recibido el respaldo del estado, es un botón de muestra: una víctima más de una política de votos y aplausos fáciles, no de cultura.
San Luis Potosí se hunde en la ignorancia. No porque carezca de talento o historia, sino porque su clase política, encabezada por Gallardo Cardona, Gallardo Juárez, José Luis Fernández y Héctor Serrano, no quiere una ciudadanía culta. Una sociedad educada les representa un peligro. Porque una sociedad que piensa no vota por la mediocridad.
A tres años de gobierno, el diagnóstico es claro: tenemos políticos sin raíces culturales, recursos naturales desperdiciados, una geografía privilegiada que no se aprovecha, y un pueblo que, frente a la falta de oportunidades, migra. Los cerebros huyen, la fuerza productiva también.
La ignorancia nos ha pegado tan duro que muchos funcionarios no saben expresarse ni escribir con claridad. No es chisme. Es evidencia. Es realidad.
Como dijo Martin Luther King: «No hay nada más peligroso que la ignorancia sincera y la estupidez concienzuda.» San Luis Potosí es víctima de ambas.