Por momentos, la política potosina parece escrita por un guionista con demasiado tiempo libre y cero pudor. La aprobación de la iniciativa para presentar la llamada “Ley Ruth” en el CEEPAC es una prueba más de que en San Luis Potosí no hay límites para la sumisión que sirva para mantener bien aceitada la maquinaria del poder en turno.
Porque no nos engañemos: aquí no estamos frente a una conquista histórica de las mujeres. Lo que vimos fue el mero cumplimiento de un encargo desde Palacio de Gobierno para que, en 2027, los partidos estén legalmente obligados a postular a una mujer. ¿Casualidad? Seguro, igual que cuando el gobernador empezó a posicionar a su esposa Ruth González en giras, espectaculares, eventos multitudinarios y hasta en los sueños húmedos de toda oficina gubernamental.
La reforma repite —como mantra zen— que los partidos deberán observar la alternancia de género según el sexo de la persona registrada en la elección anterior. Traducción: “¿El último candidato fue hombre? Perfecto, hoy toca mujer… y mira qué suerte, ya tenemos una lista de una sola persona.”
Aplaudir esta ley como triunfo feminista es como celebrar que te regalen un paraguas roto en plena tormenta. El discurso de paridad se usa aquí como quien usa un perfume caro para tapar un olor imposible: tal vez disimula un rato, pero la esencia sigue ahí.
La ley no está pensada para abrir puertas, sino para cerrar todas menos una. Es un laberinto con salida marcada, una camisa que sólo le queda a una talla, un pase VIP con nombre y apellido.
Pero lo más inquietante no es la propuesta de reforma en sí, sino la velocidad con que el CEEPAC la aprobó, como si temieran que alguien les pidiera leerla dos veces. Y claro, leerla dos veces es exactamente lo que delata la maniobra.
El problema no es que sea mujer; el problema es que ya está elegida
San Luis Potosí necesita mujeres gobernando, sí. Lo que no necesita es que la primera en la fila sea la que el gobernador decidió por decreto emocional. La paridad no puede volverse una piñata de uso discrecional donde el premio siempre cae en la misma dirección.
La “Ley Ruth” no abre espacios; los asigna. No impulsa candidaturas femeninas; limita las opciones a una sola favorita del sistema. Y lo que es peor: convierte una lucha legítima en un instrumento político reciclable.
Si algo ha demostrado el gallardismo es su talento para convertir lo institucional en personal, y lo personal en plan de gobierno. Con esta ley, envían un mensaje contundente: la sucesión del 2027 no será una contienda, será una extensión del domicilio conyugal.
Lo que debería ser una elección, corre el riesgo de convertirse en un trámite.


