Qué alguien le aviente una cuerdita, algo que lo regrese a la cordura. Lo dicho: más pronto que tarde, Ricardo Gallardo sacó el cobre y ha caído en el desenfreno.
Este lunes, el gobernador Gallardo salió al escenario todavía echando chispas. Seguramente aún recordaba los regaños de la Secretaría de Gobernación, o de la propia presidenta Sheinbaum, o quizá por su mente pasaban las imágenes de las otras dos visitas de la mandataria, que también acabaron en pleito entre morenos y verdes; dando al traste, de forma grosera y hasta estúpida, con cualquier posibilidad de tejer lo más parecido a una relación con la presidenta del país. Ya no digamos para sacar provecho del proyecto de nepotismo que pretende, sino por un mínimo de cortesía que, como anfitrión, estaría obligado a demostrar.
Tres visitas en ocho meses ha realizado la presidenta a tierras potosinas, circunstancias de las que muy pocos estados pueden preciarse. Eventos que son una oportunidad de acercamiento, de conversaciones para hilar política fina, establecer rutas críticas, construir confianza y alianzas profundas; y, sin embargo, todo lo tiró a la basura. Fue más importante su egolatría de asegurarse las porras de sus seguidores que mostrar nivel y altura.
¿Quién puede decirnos qué le pesa más? ¿Los desaires, los regaños o los abucheos sufridos durante la reciente visita de la presidenta Sheinbaum? ¿O el hecho de que día con día se topa con piedra en eso de socavar a quien parece ser su enemigo más bizarro, más presente —mucho más que la ya tan sobadísima y aburridora “herencia maldita”—: el alcalde Enrique Galindo, a quien hasta en la sopa se le atraganta?
Ahora hemos asistido a un nuevo y recargado capítulo de metralla verbal en contra del Ayuntamiento, INTERAPAS y sus respectivos representantes. En su intención de borrar todas las afrentas del fin de semana, el desquiciado gobernante enfiló sus baterías hacia la búsqueda no de quién lo agravió, sino de quién le pagará los platos rotos. Y qué mejor que hacerlo en el ámbito municipal de esta capital del estado.
Con el discurso de “mis diputados” y la sarta de maledicencias que cada vez más le permite su corto léxico, ahora se lanzó a escribir el epitafio de INTERAPAS en Soledad de Graciano Sánchez.
Si no fuera porque su estatura moral, educativa e incluso política no le da para más, se podría estar hablando ya de la posible instauración de un maximato. Pero, apelando nuevamente a eso de la estatura y la calidad del pela’o, sus desplantes no hablan más allá de un minimato. Estridente, eso sí, pero nomás.
Lo más triste de esta situación es que el gobernante, con espíritu de pandillero, no se ha dado cuenta de que sigue arrastrando al fondo de la cloaca a una buena parte de la ciudadanía, obligándola a sufrir las consecuencias de esta confrontación. Que, por otro lado, no podría llamársele pelea, pues del otro lado, a cada uno de sus exabruptos se le ha respondido con la oferta de diálogo, y cuando no, lo menos que han hecho es tirarlo de loco.
El peligro es que esta situación escale a otros campos más sensibles o más peligrosos. No quisiéramos ver que, por ese afán de convertirse en el chile de todos los moles y en alcalde de todos los municipios posibles —como ya lo demuestra en Soledad DGS y Villa de Pozos—, en un momento se cumpla el rumor de que policías de otras demarcaciones entrarían durante la próxima celebración de la FENAPO 2025 a esas instalaciones para presuntamente brindar seguridad, cuando en realidad lo que harían sería violar flagrantemente el artículo 115 constitucional, ejerciendo funciones en un territorio que no es el suyo. Y Dios nos libre de que eso llegue, ahora sí, a una verdadera confrontación entre quienes deberían cuidar los intereses de la ciudadanía en su conjunto, y no de un solo desenfrenado loco de atar, que, por lo visto, requiere ya de quien lo meta en camisa de fuerza.