¿De verdad nadie se da cuenta? ¿Tan buena fue la coreografía que lograron vendernos el numerito como un acto de “unidad”? Porque lo que vimos en las imágenes de las reuniones—ojo, por separado—entre el gobernador de San Luis Potosí, Ricardo Gallardo Cardona, el dirigente del Partido Verde, Manuel Velasco, y la presidenta Claudia Sheinbaum, no fue precisamente una postal de cohesión política, sino el retrato vivo de un operativo de control de daños en marcha. Y todo porque al Verde se le pasó de listo.
El fondo del asunto: la reforma constitucional Antinepotismo promovida por Sheinbaum fue boicoteada con maestría quirúrgica por algunos de sus aliados. La ley, que prohibía que gobernadores dejaran a sus esposas, hermanas o primos de tercer grado como sucesores, estaba planeada para entrar en vigor en 2027. Pero gracias a una bien aceitada maniobra parlamentaria, su aplicación se postergó hasta 2030. ¿Y quién se beneficia? Bingo: Ricardo Gallardo, que ya acaricia el sueño de heredarle el cargo a su esposa, Ruth González Silva.
La jugada no solo fue burda, sino descaradamente calculada. En el Congreso, las bancadas verdes, en coordinación milimétrica con operadores del senador Adán Augusto López, metieron el freno legislativo. El resultado fue un portazo en la cara para la narrativa anticorrupción que Sheinbaum intenta construir.
Y claro, la presidenta tomó nota.
Lo que vino después es casi de manual: la Fiscalía de Tabasco—territorio que no se mueve sin el pulso de Palacio Nacional—anuncia una investigación contra el exsecretario de Seguridad Pública de Adán Augusto, en lo que huele a vendetta bien servida. ¿Casualidad? Solo para quienes todavía creen en los Reyes Magos.
Ante el fuego cruzado, el Verde hace lo que mejor sabe: agacharse y sonreír. Primero Gallardo se planta en Palacio Nacional para “platicar” con la presidenta; después lo hace Velasco. Pero atención al detalle: las reuniones fueron por separado. Nada de abrazos tripartitos ni selfies de reconciliación. ¿Mensaje? Claro que sí: aquí no hay pacto, hay factura.
Sheinbaum, que hasta hace unos meses todavía negociaba con diplomacia interna, empieza a mover sus piezas con más filo. El mensaje es claro: quien le estorbe, quien bloquee sus reformas clave, se convierte en problema. Y los problemas, en este sexenio, se resuelven con investigaciones, auditorías y recordatorios judiciales.
¿Unidad? No nos engañemos. Sin ánimos de convertirme en un porrista de la 4T, lo que estamos viendo es otra cosa: una presidenta que ya ejerce el poder, que ha tomado nota de quién se alineó y quién se desvió. Gallardo y Velasco lo saben. Adán Augusto, más que nadie. La reunión no fue de reconciliación: fue una advertencia silenciosa, disfrazada de cortesía.