Mientras el Partido Verde celebraba su más reciente evento político, el espacio vacío que más llamó la atención fue el del supuesto sucesor de Ricardo Gallardo: Juan Carlos Valladares. El gran ausente no solo dejó una silla vacía, sino también la credibilidad del proyecto de continuidad que el actual gobernador intenta vender.
Mientras en el escenario local se intenta construir una narrativa de sucesión, Valladares se encuentra más interesado en la Fórmula Uno —específicamente en el posible regreso de su compadre “Checo” Pérez— y en disfrutar del verano en Miami, lejos del sol potosino y de los reflectores de los mítines.
Parece ser que para Valladares, la vida de lujos y amistades de alto octanaje pesan más que la responsabilidad de construir un perfil público. Gallardo, por su parte, insiste en proyectar control y continuidad, como si pudiera transferir su poder por decreto, pero su “elegido” ni siquiera se toma la molestia de aparecer.
En el fondo, Valladares no se tomó la molestia de fingir interés, y con ello dejó al descubierto las fracturas de un proyecto político que parece más interesado en la simulación que en la acción.