¿Cómo nos marginamos? ¿Cómo nos perdemos en la escala vacía del no ser uno mismo? ¿Avanzamos dictados por una modernidad hueca? ¿Anulados por un capitalismo infame que nos mantiene relegados, a pesar de las compañías y de lo efímeras —y a veces nulas— que estas pueden llegar a ser?
Win Vandekeybus (Bélgica, 1963), a través de seis poderosos intérpretes, no nos deja posibilidad alguna de negar lo que cargamos en nuestro día a día: esa angustiante, pero camuflada sensación de no estar, de no pertenecernos. La búsqueda constante de contacto, de cercanías, de momentos compartidos que puedan —o no— tener sentido.
VOID (Vacío) es una marejada de sensaciones: un brutal ejercicio donde la teatralidad se asume como parte inherente de la toma de conciencia. Con soliloquios, diálogos e incluso textos saturados, los ejecutantes se vuelven corifeos que estallan ante la pasividad del “estar”, mientras los cuerpos segregan su propia dopamina: aquella que nace de la inutilidad del hacer y dejar de hacer.

En un recurso escenográfico del propio Vandekeybus, telas negras y blancas se alzan como contracaras de lo que nos acoge y sobrecoge. Somos esos cuerpos que se abren a la experiencia de la soledad compartida, inmersos en la densidad monocromática de la música original del compositor belga Arthur Brouns (Bélgica, 1984). Su obra une simplicidad y elegancia tonal en una sonoridad exquisita, reiterativa y emocionalmente disonante, complementada con piezas de Lander Gyselinck (Bélgica, 1987), quien desde su origen como percusionista combina el hip hop con lo que él mismo denominaría “jazz de terraza” o “de discoteca en la azotea”. Esa mezcla, en contraste con el bullicio de la gran manzana o de cualquier capital, subraya la soledad y sus silencios fuera de ritmo. Porque, al final, ¿qué punto del mundo está exento del ruido de la modernidad, de sus silencios y sus muchas soledades?

La pieza coreográfica de Win Vandekeybus es visceral: cuerpos saturados de movimiento que atraviesan el vacío, volutas de espuma y humo que se transgreden en contradicción constante. Y así, nosotros, como espectadores, nos enfrentamos al reflejo de la presión social del ser o no ser, buscando escapar de la frustración cotidiana y de nuestra propia autodestrucción. No la deseamos, pero somos conscientes de que, inevitablemente, la sostenemos.
Reinventarse ante la rigidez de lo social parece ser la constante que este creador sugiere en esta, una de sus cuarenta y seis obras, que lo posicionan como un referente indiscutible de la danza contemporánea. También como una celebración de la marginación que cada uno de nosotros lleva dentro, conscientes de la fragilidad de nuestra condición y de nuestra humanidad.

Última vez, compañía fundada en 1986, reúne un elenco proveniente de distintos rincones del mundo: Iona Kewney (Escocia), Lotta Sandborgh (Suecia), Cola Ho Lok Yee (Hong Kong), Paola Taddeo (Italia), Adrian Thömmes (Alemania), Hakim Abdou Mlanao (Francia) y Babette Verbeek (Bélgica) —intérprete invitada para la gira en México—. Todos ellos nos conducen por una odisea vital en la que la insatisfacción y la esperanza no tienen geografía posible. Los vacíos, más allá de toda multiculturalidad, se funden en VOID como un gesto desafiante y diverso que se disuelve, se hace humo y desaparece ante nosotros, llevándose en ese último soplo —representado en la tela oscura que los envuelve— el último bastión de humanidad y los vestigios de nuestros propios abandonos, concentrados en una existencia cada vez más fútil y vulnerable.
Un arranque poderoso, bello y sacudidor para la edición 45 del Festival Internacional de Danza Lila López. Enhorabuena.